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sábado, 10 de noviembre de 2007

La Scala y la piscina de waterball

Hoy he tenido un sueño rarísimo, de ésos que acostumbro yo a tener y que parecen sacados de un libro de Hoffmann, de Palahniuk o de Asimov.

Más que un sueño, me da a mí en la nariz que fue una medio-pesadilla, la verdad es que no lo pasé muy bien. En fin, yo os cuento y vosotros ya me decís.

Bueno, la cosa comenzaba cuando iba a visitar a una amiga a Madrid (concretamente a Eddie, mi co-blogger de QUÓRUM!). No me digáis por qué, pero fui con ella a la universidad de allá. Recuerdo un edificio imponente, antiguo, un poco al estilo de mi ex-instituto. Algo así.
La clase era muuuy oscura, y las mesas eran exactamente iguales que en mi facultad, corridas y con asientos abatibles. Estaba ya llena de gente, y me mandó sentarme entre ella y otra chica. La chica en cuestión era siniestra a más no poder; realmente no había nada de extraño en ella, pero a mí me daban escalofríos en su proximidad. Lo gracioso fue que justo detrás de mí estaba una chica que va conmigo a clase de Inglés aquí. Me saludó como si estuviera contentísima de verme. No me extraña, aquel sitio ponía los pelos de punta.

El profesor comenzó la clase. No sé de qué era exactamente, creo que Física. La cosa es que aquel hombrecillo aburría hasta al caballo del fotógrafo (que para los que no lo sepan, era de cartón). Fue gracioso, porque la Física es lo que peor se me ha dado siempre, y salí a la pizarra y lo hice todo bien. Era como si me saliera solo, no me daba tiempo ni a sentir miedo escénico.

La siguiente clase, no sé por qué, había salido, y cuando volví a entrar y me quise sentar, vi que no podía. Tal cual. Había un asiento libre entre una chica y la siniestra, y no podía sentarme. ¡Aquello si que me asustó! La siniestra me miró por encima de las gafas, apoyadas en lo más bajo de la nariz, y me puso una mirada de un asco tal que me quedé tiesa.

Me di la vuelta, y vi que había otra siniestra y otro sitio vacío. Vaya, es que eran gemelas y me había confundido. Me senté temblando en el asiento, lo recuerdo.

Después, de la más absoluta nada, surgió como si siempre hubiera estado allí una figura familiar. Mi profesor de Educación Física en el colegio. Iba como siempre. Los pantalones azules, deportivos, la polar verde y roja y el mítico silbato. Recuerdo que me miró mucho, pero no me saludó ni dio ninguna muestra de reconocerme.

Nos pusimos en fila. Teníamos que andar por la clase. Así, sin más. Igual que si fuéramos almas en pena. De repente, vi que llevaba chanclas y que se me escapaban al andar. Apenas podía moverme. El profesor vino y me dijo que tenía que meter más atrás los pies. ¡Pero si los metía más atrás, me caía! No podía andar, y tanta era mi angustia que me eché a llorar. Y así, como quien no quiere la cosa, va y me dice: ¿Has hecho kárate? Pues hazlo, eso te ayudará a andar.

Una luz iluminó el aula repentinamente. Todo el mundo se sentó. Apareció un hombre calvo en la mesa del profesor, con un mazo, igualito a un juez, y la luz se atenuó, dándole de rebote en la calva. Me pregunta qué me parecen mis compañeros. Y yo, llorando todavía a lágrima viva, me levanto y me pongo a gritar en mitad de la habitación que nadie se ha molestado ni en hablarme, que me siento fatal y que la única chica simpática es la que está al otro lado de mi amiga, que me sonrió amablemente al llegar yo. Y la de detrás, claro, la de Inglés, que ya la conocía.

Se hace la luz de nuevo y salgo como una exhalación, terriblemente avergonzada del ataque de rabia que acabo de tener. Sin embargo, allí parece normal. Nadie se altera.
Sale mi amiga, me abraza y me dice que vamos a ir al teatro para ver si me animo, pero que tiene que ir a un sitio y que vaya yo antes y la espere allí.

A mi derecha hay enormes claustros, como en mi instituto, pero en vez de patios hay piscinas, donde juegan waterball (o como se diga). La gente va por los pasillos con capas, como en Harry Potter. Nadie me ve. Parece que no existo. Al rato, delante veo a tres gitanos borrachos que van hablando muy alto. Uno va chillando algo de cántabros, y de repente cae a la piscina, sin que eso haga que sus compañeros se inmuten ni un pelo. Echo a correr para alcanzarlos y le pregunto a la chica si son cántabros. Me mira, se echa a reír de una manera espamtosa y me deja allí, asustada y sin respuesta alguna.

Salgo ya de mala leche, cruzo la enorme avenida y veo de frente La Scala de Milán. Se supone que es ahí donde he quedado con mi amiga. Me apoyo en un escarabajo rojo (un coche, un coche, no nos asustemos, aunque todo podría ser) y me echo a llorar. Cuando me calmo, miro a un lado y al otro de la calle. Anochece y nadie viene. Las farolas se encienden y hace frío, mucho frío. Tirito y los dientes me castañetean.

Delante de La Scala se hace una cola de gente elegante. Pienso que ya estoy harta de esperar y que voy a ir yo sola. Llego a la taquilla y pido una entrada. Abro la cartera y está vacía. La mujer de la taquilla me mira fatal y comienza a gritarme en un idioma que no consigo entender. Asustada, vuelvo al escarabajo rojo.

A un lado hay un hombre con gabardina gris y sombrero gris, al más puro estilo Inspector Gadget. Me mira, se acerca y se descubre. Lo más gracioso es que es mi padre. Me susurra que tenemos que irnos antes de que nos descubran. Me agarra fuerte del brazo y apretamos el paso. Un coche de policía aparece por una esquina de la calle, directo hacia nosotros y a toda marcha.
Echamos a correr en dirección opuesta, pero otro coche nos corta el paso. Nos separamos para evitarlo.

Entonces veo dos faros de frente, el grito de mi padre y un dolor agudo en la espalda. El choque me lanza lejos, caigo en el asfalto y apenas puedo respirar. Sólo veo luces y sirenas de ambulancia. Entonces todo se nubla y desaparece.

Y despierto de un golpe en mi cama, cubierta de lágrimas y sudor, temblando y muerta de frío y sed. Son las 2.45 de la madrugada.

viernes, 9 de noviembre de 2007

De cómo la pequeña ZamZam volvió al redil

Esta entrada es original de otro blog que tengo con dos amigos, pero como hace mucho que no escribo por aquí, lo pongo igual. Perdónenme ustedes mi jerga juvenil, si se diera, que no me acuerdo.

Por si a alguien le apetece pasarse por allá, el otro blog es http://irnima.blogspot.com/.
Sois bienvenidos.

Os dejo el texto.


DE CÓMO LA PEQUEÑA ZAMZAM VOLVIÓ AL REDIL

(Dedicado a Jorge y a Sara, por ser los que más me van a entender. Y para Celia y Fer, por llegar después. In memoriam de Marisa, que nos abandonó por "Cuéntame", de Christina, que nos abandona hasta el 2008, y de César, desaparecido en combate)
Y para que no se pique nadie, también para Eddie y Oveja. Aunque no os enteréis de mucho.


Y con las orejas gachas, he de decir.
Es que lo del rabo entre las piernas... dejémoslo en orejas.

Aaayyy... lo que me haces sufrir, Oveja querida. Creo que incluso una oveja en miniatura se ha instalado en mi cerebro y me repite a cada paso: ¡Escri beeee!
Vale, chiste malo. No me pidáis más. Yo es que a estas horas de la mañana, y sin haber desayunado ese chocolate con churros que me pone Guillermo...

Otro día os hablaré largo y tendido de Guillermo. De momento, puedo adelantar que es el equivalente fachisoletano a una loca desenfrenada. Con la diferencia, claro está, de que no lo es. Si es que esas cosas sólo las hay en la capi. Vaya zoo.

Pobre Guillermo. El hombre quiso ir de drag queen al carnaval de Las Palmas, o de Tenerife, o de donde sea, y hacer doblete en el de Río. Lamentablemente, su sueldo de camarero en la cafetería de la facultad no le llegaba para semejante aventura. Y de ahí que intente ligar con todo lo que se mueva en torno a la barra. Indistintamente.

Yo creo que en el fondo sigue esperando a conocer a un anciano excéntrico y millonario que le pague un viaje a Río. Tendré que controlar al de Literatura... ése es capaz de llevárselo a una semana de fiesta y lujuria en la capital de la movida brasileña, dado que allí le adoran como si de un Dios se tratase, además de que creo que ya han pedido los derechos de autor para montar una secta de admiradores de Antonio Regales.
Repito. Pobre Guillermo. Si te consuela de algo, siempre serás mi gay favorito. Ahí queda eso. xD.

Ahora tema de actualidad: Albert, el poltergeist que habita el aula 304 de la Facultad de Filosofía y Letras de Valladolid, ha vuelto a atacar en las dos horas que pasamos riéndonos allí y que nuestra profesora llama Fonética y Fonología. Aceptémoslo, Belén. Eso no es una clase, es un patio de recreo.

Como supongo habréis visto en el post anterior a éste, queridos lectores, Albert me persigue. Está tratando de hacerme la vida imposible.

Un poltergeist. A mí.

Me veo en la obligación de escribirte, querido Albert. Si hay niños pequeños cerca, por favor, tapadles los ojos. No me hago responsable de los daños psicológicos que pudieran manifestar después.

Querido Albert:
ERES UN COMPLETO CAPULLO. QUE SEPAS QUE LO NUESTRO HA TERMINADO.
SE ACABÓ. NO PIENSO SOPORTARTE MÁS.
GAME OVER.
Posdata: DEJA DE JODERME LA CONEXIÓN. PLIS.
Un beso con cariño.
ZamZam.

Unas últimas palabras: ¡Papanatas! ¡Baratija!

Y creo que ya vale por hoy. Mis tripas se quejan de hambre, mi cerebro no funciona (no más de lo habitual), tengo que darle de comer a mi llama y observar un rato cómo crece el césped.
Ah, no. Que era artificial.

Bueno, siempre puedo jugar al ping pong.