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sábado, 19 de junio de 2010

Querido Saramago:

¿Te acuerdas de aquel calor abrasador? Imposible despegárselo del recuerdo y de la piel, ¿verdad? Potes en verano siempre es caluroso. Celada solía decirnos que Potes tiene un micro-clima, como si pasaras de Cantabria a África en verano y a Siberia en invierno.

Apenas sé qué día de la semana era, ni tampoco qué hora. El microbús tardó bastante en llegar desde Santander, éramos poquitos, eso sí, pero las curvas del desfiladero se hicieron eternas.

Y después del golpe de calor estabas tú, presidiendo aquella mesa en una iglesia reconvertida en sala de conferencias. Me pareciste mayor, distante. Nada más lejos de la verdad.

¿Te acuerdas de aquella tía de la primera fila, la cultísima señora que había estudiado Historia del Arte, o algo así, y que te abrasó a preguntas? Aún me sonrío al pensarte. Llegó un momento que me fue imposible seguir apuntando todas las verdades que salían de tu boca. Qué hombre tan sabio, pensé.

Sigo guardando aquel cuadernito que me regalaron para apuntar tus palabras, que hoy están en mi memoria más presentes que nunca. Qué risa escucharte hablar de la religión. Fue toda una delicia, un honor poder haber bebido de tus pensamientos, Saramago.

Debiste morir justo, justo cuando reencontré un archivo perdido en el ordenador llamado "Caín", que tengo pendiente de leer. Quizá un poco antes, o un poco después, pero no creo que mucho. Pero es lo que ocurre con quien va dejando sus palabras tras de sí, que por mucho tiempo que pase, verba volant, scripta manent.

Qué pena no haberme levantado y haberte dicho en aquella ocasión: Qué grande eres, Saramago.