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jueves, 12 de marzo de 2009


¿Y cuánto dices?
¿13 años ya?

De verdad... cada día te soporto menos. Felicidades, enano.

¿Te acuerdas de cuando me tirabas del pelo?

¿Pero... y hace ya tanto?
¿13 años, en serio?

Naa, seguro que no.
O bueno. A lo mejor sí...

Estúpido, ¿dígame?

Hago desde aquí un llamamiento público a todas las personas estúpidas del mundo.

Bueno, no, a todas no. Sólo a esa porción de personas estúpidas que, no sé bien si (como a la del anuncio) por hacerles falta tomar una buena (una ingente, diría yo) cantidad de fibra o por tener una vida personal/laboral/sentimental/erótico-festiva de pena, se dedican a ser borde con la gente a la que supuestamente tienen que atender.

Si me parece fenomenal que estén hasta las narices de que les pregunten, pero teóricamente (y digo teóricamente porque pocas veces se da el caso) tienen que aguantarse e informarte. Para eso están, y para eso les pagan. Que a mí también me ha tocado, y he tenido que poner buena cara. Más que nada porque, si me va mal en la vida, no tiene que pagarlo el primero que se me cruce.

Así que, por favor, absténgase la gente estúpida de tratarme como una estúpida, porque están muy equivocados. ¿La solución? Tomen un poco de fibra, y verán que la vida es maravillosa sin tener que joder al prójimo.

Perdón. He dicho.

PD: Gracias por hacer que me encante coger un teléfono para pedir información. Si ya no lo hacía nunca, lo haré menos.

lunes, 9 de marzo de 2009

Deseos



Cuando una persona desea realmente algo,
el universo entero conspira para que pueda realizar sus sueños.
Basta con aprender a escuchar los dictados del corazón
y a descifrar un lenguaje que está más allá de las palabras,
el que muestra aquello que los ojos no pueden ver.



Jorge Luis Borges.

viernes, 6 de marzo de 2009

Hoy, no


Quizá mañana.

domingo, 1 de marzo de 2009

Volver atrás


A cuando las cosas todavía tenían sentido, y si no lo tenían sólo había que preguntar por qué.
A cuando los semáforos se cruzaban de la manita.
A cuando los teatros aún olían a hadas y sueños escondidos, a abrigos arrebujados en la butaca para ver mejor y a historias que nadie sabe contar.

Ayer todo fue un poco distinto. Se fueron las prisas, los trabajos a medio hacer, las horas perdidas sin estudiar, los días que pasaban inmediatamente detrás del anterior, las tortillas de cafetería y los deberes olvidados. Se cambiaron las gafas por las lentillas, los pantalones de hace cuatro días por la falda, las orejas por los pendientes, la bandolera por el bolso.

Ayer todo fue un poco raro. Me desperté con la luz de la calle y no con el despertador a las 6.30, tuve tiempo para leer en la cama un libro que hablaba de cosas empolvadas de las que ya no me acordaba, pude desayunar en pijama algo más que un café a toda prisa, me vestí y quise dar un paseo mientras me acercaba a recoger un paquete que llevaba ya más de una semana y media esperándome en las estanterías de Correos.

Veinte minutos después estaba otra vez en casa, con mi cajita de galletas alemanas y los nervios infantiles de una mañana de teatro. Ayer fue un día especial. Experimental. Ilusional. Hace tiempo quería llevar a la hermana pequeña de Yirko al teatro (¿no sería una excusa para que ella me llevase?)... ¿quién sería aquí la pequeña? Lo dudo.

Dicho y hecho. Sábado por la mañana. Sala Cervantes. 11.30 am. Dos entradas, por favor. Fila 8, butacas 13 y 15. Una hora de paseo.

Mira, mira, qué vestidos más elegantes.
¡Bombones! Me pido ése de chocolate. Pues yo quiero...

¿Qué hora es?
¡Léeme este cuento, porfa! Vamos a sentarnos allí. Cariño, nos tenemos que ir, otro día volvemos, ¿vale?. Bueno, vale. ¿Volvemos la semana pasada?. [El librero nos mira y se parte de risa]
Y empieza la función. No veo, no veo. Perfecto, un cabezón. Abrigos de cojín. Música de violín.
Un calamar. Un niño tenedor y una mamá cuchara. El de al lado a su hija: Ten cuidado no des patadas a esa señora. ¿Perdón? ¿Cómo dice? Pues sí que me sube usted de rango, oiga.
¡Anda, el cuento de los ratoncitos! Ése me lo sabía yo. ¿Ves bien? ¿Quieres sentarte encima?. ¿Ahora hay que cantar? Pues se canta. Canta, Mariana, canta. ¿Te sabes la canción? Sí, pero luego te la canto, ahora no. "Nunca es demasiado pronto, nunca es demasiado temprano, quien me coja de la mano se quedará para siempre pegadooo. Quiquiriquí, quiquiriquí.... qui-qui-ri-quíiii". Aplausos, aplausos. Bieeeen.

Luego a comer. A la tarde viene Yirko a buscarnos. Y al parque. Una hora entre toboganes, barcos pirata, columpios, arena. Después al lago. ¡Pero si todavía está la barca donde me montaba de pequeña yo! Anda, anda, ¿nos subimos?. 2 euros con setenta céntimos de felicidad y de ilusiones infantiles. Aún cuentan la misma historia. Todavía se ve la casa de la bruja, la escoba colgada del árbol, la emoción de ir en barca de remos y de saludar a los que están en la orilla.

No pudo faltar el chocolate. Y los churros, sobre todo los churros. Vaya que si agota un niño pequeño. Pero y la ilusión... ¿y el volver atrás? El sentir que alguna vez fuiste así, y hubieras matado por un día de teatro, parque, barca y chocolate con churros. Las cosas así todavía tenían sentido a los cuatro años. ¿Y ahora? Ahora... la satisfacción de que vaya dormida y feliz en un autobús, de camino a casa.

Y de que se olvide su peluche en tu casa... y ni se acuerde.