Dicen que has muerto, pero tu nombre aún brilla con luz propia desde el libro de tapas moradas. ¿Cómo pueden decir que has muerto, si sigues ahí más que nunca? Las letras se entrelazan, forman palabras con fluidez, crean belleza, nacen optimistas.
Me has acompañado en tantos viajes aburridos en tren, en tantos autobuses a las 7.30 de la mañana, en tantos momentos de desaliento y en tantos otros de aprendizaje. Me has enseñado muchas cosas, entre otras que ser feliz no es tan difícil si pones empeño en ello. Y vaya si tú habías puesto empeño. Contra viento y marea, siempre.
Qué sonrisa se que me queda en la cara cuando leo hoy tus entrevistas, oigo tu voz por primera vez en programas de radio. Es como si ya nos conociéramos.
Me enseñaste lo que es la poesía, aprendí a disfrutarla contigo, a darme cuenta de las grandes verdades de tus palabras, de lo que a veces me emocionaba cuando me sentía cercana en experiencias. Me enseñaste que la vida está para manosearla, para estrujarla entre los dedos, para exprimir el jugo y comprobar que realmente estamos vivos y somos felices. Tu pluma me enseñó lo que es sentirse afortunado, libre, dichoso. Quién mejor que tú. Recuerdo una poesía tuya en el corcho de mi habitación. La había puesto ahí para acordarme todos los días, igual que hacías tú con Luz, tu Luz.
Cómo admiro ese optimisto contagioso que eres, ese don de palabra y de alegría que te caracteriza. Juntos aprendimos que vida y poesía van de la mano.
Gracias por eneseñarme tantas cosas. Gracias por no marcharte nunca. Quédate conmigo, debajo de la almohada. Atrápate en mi libro de cubiertas moradas. No me dejes llorarte, nunca.