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lunes, 18 de mayo de 2009

A Mario, mi Mario


Leerte es quererte.
Dicen que has muerto, pero tu nombre aún brilla con luz propia desde el libro de tapas moradas. ¿Cómo pueden decir que has muerto, si sigues ahí más que nunca? Las letras se entrelazan, forman palabras con fluidez, crean belleza, nacen optimistas.

Me has acompañado en tantos viajes aburridos en tren, en tantos autobuses a las 7.30 de la mañana, en tantos momentos de desaliento y en tantos otros de aprendizaje. Me has enseñado muchas cosas, entre otras que ser feliz no es tan difícil si pones empeño en ello. Y vaya si tú habías puesto empeño. Contra viento y marea, siempre.

Qué sonrisa se que me queda en la cara cuando leo hoy tus entrevistas, oigo tu voz por primera vez en programas de radio. Es como si ya nos conociéramos.

Me enseñaste lo que es la poesía, aprendí a disfrutarla contigo, a darme cuenta de las grandes verdades de tus palabras, de lo que a veces me emocionaba cuando me sentía cercana en experiencias. Me enseñaste que la vida está para manosearla, para estrujarla entre los dedos, para exprimir el jugo y comprobar que realmente estamos vivos y somos felices. Tu pluma me enseñó lo que es sentirse afortunado, libre, dichoso. Quién mejor que tú. Recuerdo una poesía tuya en el corcho de mi habitación. La había puesto ahí para acordarme todos los días, igual que hacías tú con Luz, tu Luz.

Cómo admiro ese optimisto contagioso que eres, ese don de palabra y de alegría que te caracteriza. Juntos aprendimos que vida y poesía van de la mano.

Gracias por eneseñarme tantas cosas. Gracias por no marcharte nunca. Quédate conmigo, debajo de la almohada. Atrápate en mi libro de cubiertas moradas. No me dejes llorarte, nunca.

viernes, 15 de mayo de 2009

Felicidad truncada

Seguía repitiéndoselo una y otra vez. Que aquello no podía ser, que debía tratarse de una confusión. De un nefasto y maldito error, pero que sin duda todo se arreglaría. Algo había salido mal, de eso no cabía duda. Quizá hasta había sido por su culpa, ella no lo sabía, pero prefería pensar que nada había ocurrido, que había sido un paso en falso, que maldita la hora en la que puso el pie en aquel pinar.


El teléfono de Tobias comunicaba, no había forma humana de contactar con nadie, parecía que todos se habían evaporado como por arte de magia. Presionaba las teclas del Nokia con obseso nerviosismo, con los ojos surcados por venas de sueño y de dolor. Sudaba sin darse cuenta de que estaba empapando aquel camisón demasiado pequeño para ella, que le habían dado en la recepción del hotel. Tobias seguía sin dar señales de vida. Juró matarlo una y mil veces, le dejó mensajes en todos los idiomas que podía chapurrear y estrujó el móvil entre sus dedos, como pensando que aquel cacharro era el causante de todas sus desgracias.


Se echó en la cama, pero incluso la cama estaba húmeda de sudor caliente, compulsivo, helado de miedo. Cerró los ojos haciendo presión y se concentró en no pensar en nada, pero cuanto más lo intentaba, más recuerdos negros afloraban a su memoria. Trató de ahuyentarlos, pero los demonios volvían cada vez con fuerzas renovadas, echándole en cara todo de lo que se avergonzaba.


Rajó la almohada pensando en todo lo que había abandonado, desperdigó las plumas de rabia por toda la habitación mientras rememoraba todos aquellos besos en la estación, todas aquellas manos que decían adiós mientras ella trataba de demostrar que allí era la valiente, la decidida, la que traería risas y esperanza de nuevo. Gritó ahogándose entre los plumones, sintiendo que les había traicionado a todos y cada uno de ellos, que no habría risas, ni esperanza, ni besos.


Logró llegar al baño y se miró la cara enrojecida, dañada, cubierta de rasguños. Apenas recordaba más de lo que quería recordar, lo único que sabía era que después había despertado en su cama del hotel, casi desnuda y sin bragas, avergonzada, magullada, herida en lo más profundo. Ultrajada.


No sabía dónde había quedado la tierra prometida, el contrato de trabajo, su pasaporte que no aparecía, aquellas bragas negras con la flor rosa que su madre le había cosido para que le diera suerte y el lazo amarillo que su marido había besado y añadido a modo de broma. No sabía dónde habían dejado tirada su dignidad, quizá en algún lugar de un pinar oscuro y sediento, a más de 2000 km de la felicidad. En todo caso, no volvería.


Pero a pesar de todo, seguía repitiéndose una y otra vez que aquello era un error, que se resolvería todo dichosamente y pronto comenzaría a trabajar de camarera o recogiendo la fresa, que recordaría aquello como un capítulo oscuro de su vida y que después sería feliz con los suyos, que no habría más adioses en la estación y que sería capaz de mirarse sin ver aquellos fantasmas que sobrevolaban el cadáver de su inocencia.


Imagen: Yirko

jueves, 14 de mayo de 2009

BoOoM!

¿No habéis sentido nunca que la cabeza os va a explotar?
Así llevo prácticamente 4 días sin reposo. ¡¡¡AAAArrrrggghhhh!!!!

La fiebre vino, subió, bajó, se fue... pero el dolor de cabeza ha anidado junto a las orejas, y ha dicho que hasta que no haga buen tiempo no va a dejar de susurrarme cosas al oído. La verdad, no sé qué dice, ni me importa. Ni siquiera lo entiendo, lo único que oigo es un pitido permanente.

Y ni durmiendo nueve horas seguidas. Nada. Nada de ná. Ni paracetamoles, ni ibuprofenos, ni esa cosa con sabor asqueroso disfrzado de menta que mi padre (el pobre) me trajo amorosamente y que supuestamente es algo más fuerte que el ibuprofeno (o eso me dice Yirko), pero que, a la hora de la verdad... pues eso, que ná de ná. Retruécanos, no se va. Por cierto, retruécanos, bonita palabra.

Y vamos, que mientras me pitan las sienes no escucho a las musas, lo que me impide tener un mínimo reseñable de inspiración.
En fin... que seguiré con el tratamiento de ocho o nueve horas diarias, a ver si funciona, y si no, si veis un hongo a lo lejos... bueno, a lo mejor es que la cabeza me ha explotado. Mientras tanto... humor, qué remedio. ;)

lunes, 4 de mayo de 2009

Cristales

La ciudad no se ve igual tras los cristales ahumados de los autobuses. Es como ver pasar un mundo que no es el tuyo. A veces juego a imaginar que todos los que están afuera son de mentira, como si alguien estuviera jugando con nosotros a algún juego de dados y magia perversa.

Es melancólico ver llover sobre el río cuando el bus pasa los puentes, de camino a casa, a la facultad o a algún sitio lejano que el arco iris aún no conoce.

No me gusta demasiado usar el autobús, pero reconozco que tiene su encanto, siempre y cuando no vayas como una sardina en lata, que también ocurre. Tiene algo de artificial, de escaparate. La gente de dentro mira a la de fuera, y la de fuera observa desde los pasos de peatones.

Es divertido imaginar quién es toda esa gente que va contigo: la señora del paraguas, el hombre del cupón, la mamá desesperada, el niño llorón, la abuela que viene de hacer la compra en el mercado, la que llega tarde al trabajo, el que mira disimuladamente las curvas de las veinteañeras.

Es divertido imaginar que ellos te imaginan, y que los cristales del autobús borrarán tu silueta cuando te alejes, mientras observas el pequeño universo sobre ruedas desde un paso de peatones cualquiera.